EL RENEGADO
Ruperto Juan Villaca Cahuana
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Río Chucatamani |
Terminó la guerra.
Chile ocupó parte de los territorios de las provincias de Tacna y Tarata. El
cauce del río Sama fue definido como la nueva línea fronteriza. A finales del
siglo XIX y principios del siguiente, a lo largo de la nueva frontera, con mayor preponderancia en el lado peruano, había constante actividad ganadera. Precisamente en la zona interandina, en los pastizales de las planicies, laderas y cerros cercanos al sector Chucatamani, existían rebaños de ganado ovino y caprino que pastaban nómada y libremente,
siempre, al cuidado de pastores peruanos.
Un joven peruano, alto
y fornido, de nombre Baleriano era un dedicado ovejero en las praderas cercanas al valle de Chucatamani. Un día, el pastor decide cruzar la
nueva frontera para hacerse de víveres, caminó hacia el valle,
descendió por la ladera hasta llegar al límite, cruzó el río para luego dirigirse al usurpado pueblo de Chucatamani.
Ya en el pueblo, el
joven peruano buscó una tienda y la encontró; de pronto escuchó un bullicio, provenía del interior
de una bodega, por precaución decidió por el cateo, fue entonces que vio, a través de una rendija, a un
grupo de gendarmes chilenos que, recorriendo la nueva frontera, habían llegado hasta el pueblo, allí acampaban para descansar y abusar de los lugareños. Esos gendarmes, con palabras groseras, obligaban a doña
Pina, dueña de la tienda:
¡...vieja, inútil! ¿no siente que tenemos hambre? Tiene media
hora para preparar comida. —Ordenó el que estaba al mando del grupo.
¡Mi Cabo! –Interrumpió otro gendarme, –aquí hay una garrafa de vino.
Pues, destápala y sirva vino para todos, mientras
esperamos la merienda,
—ordenó.
¿También, llevo vino para el Sargento? —Preguntó el
uniformado de la garrafa—.
No, nuestro jefe se está divirtiendo en el otro
ambiente, no hay que molestarlo.
—Contestó el Cabo—. Doña Pina, asustada, obedecía a los invasores. No tenía
otra opción.
El joven peruano, al
enterarse del otro ambiente, también optó por espiarlo; entonces vio que el
jefe de los carabineros masacraba a un anciano. El jefe invasor humillaba a don
Camilo, un anciano septuagenario, esposo de doña Pina:
¡Indio cochino, arrodíllate!, —gritaba el invasor—.
El anciano hacía caso omiso.
¿Sabe quién soy? ¿sabe quién es el "Renegado"? —Preguntó el verdugo—.
No lo sé —contestó el abuelo—.
Yo, soy el Sargento Hurtado, Jefe del Cuerpo de Gendarmería acantonados en Tacna, yo soy pues el Renegado. ¡Ahora
conocerás al Renegado!
—diciendo esto, de un puntapié, en la parte opuesta de cada rodilla, logró doblegar al veterano.
Viejo terco, nadie desobedece mis órdenes. Nadie se burla
del Renegado. ¡Besa mis botas y grita viva Chile!
Don Camilo se negaba
y le respondía: ¡Yo no beso las botas de nadie, soy peruano! Seguiré
siendo peruano, hasta el final de mi vida.
Los golpes del
agresor eran cada vez más fuertes y humillantes .El valiente anciano soportaba
el dolor. Y a cada golpe respondía: ¡Yo soy peruano!
El joven Baleriano no
soportó ver más los vejámenes del jefe matón, optó por defender al anciano, Ingresó sin que notaran los efectivos del otro ambiente. Allí, discutió abiertamente con el agresor:
déjelo, no sea abusivo, ¿por qué maltrata a un anciano indefenso?
¿Quién eres tú? ¿Por dónde llegaste, peruano miserable?
¿Quieres remplazarlo?
—Sorprendido desafío el chileno—.
Por supuesto que sí, pero, para ponerme de rodillas y, yo, bese sus botas tendrá que vencerme en una pelea de hombre a hombre, a puño limpio, y sin ayuda. Caso contrario usted besará mis ojotas. —Respondió el
peruano, poniendo algunas condiciones.
¡Ja, ja, ja,..! Como tú quieras, peruano miserable… Nadie ha derrotado
al Sargento Hurtado, ¡"éntrale" si puedes, pelea de una buena vez! —muy confiado desafiaba con insistencia el chileno—.
Gendarme y ovejero se liaron a golpes. Al final de la pelea, el sargento chileno terminó en
el piso, completamente dominado y rendido; es más, el vencedor obligó al
chileno en pedir perdón del anciano Camilo, y besar también sus ojotas, logrando
fácilmente su objetivo.
Al verse
humillado el Renegado rompió el trato verbal con el peruano, a traición se agarró de un pie del peruano, y gritó: ¡auxilio!
El vencedor se desprendió fácilmente del derrotado,
presuroso ayudó rápidamente a reponerse a don Camilo y le susurró al oído: Abuelito huye, lleve a su esposa, llévala al otro lado del río. Ocúltense en los perales, hasta que se vayan estos
chilenos abusivos. —Mientras con su mirada buscaba por dónde desaparecer.
Los subalternos ingresaron en desorden desde el otro ambiente, acudieron al llamado de su jefe.
El Renegado se revolcaba en el piso. Molesto evitó ser ayudado por uno de sus
subalternos.
Aprovechando la
confusión, el joven Baleriano huyó hacia la calle, a la carrera cruzó el bosque
de frutales, con dirección al río. Los gendarmes tomaron sus rifles y
salieron en busca del peruano: ¡Lo quiero
vivo o muerto! —Gritó el Renegado—, mientras recogía del suelo algunos botones
de su chaqueta.
El fugitivo se perdió
por el río. Con rapidez fabricó una cánula de carrizo y se hundió en las aguas.
Los gendarmes bajaron a todo trote por la ribera; buscaron y rebuscaron por todas partes, pasaron
cerca del escondido, afortunadamente, no lo encontraron.
Al verse solo, el
valiente peruano salió del río, y a toda carrera emprendió su retirada. subió trotando por el camino que zigzagueaba la ladera. Al verse burlados, los chilenos empezaron a disparar a diestra y siniestra del camino.
Baleriano, el ovejero peruano, con gran habilidad y corriendo en zigzag esquivaba las balas chilenas, hasta que logró
alcanzar el horst del valle y perderse hacia el lado peruano. Sano y salvo
alcanzó a su rebaño. El pastor, emocionado, subió a la cima de un peñasco; para luego, un poco envalentonado y a todo pulmón, gritar: ¡A mí con renegados! ¡Chileno traicionero y abusivo! No pudieron, ni podrán, atraparme. ¡Viva don Camilo! ¡Viva el Perú!
El peruano desarmó su
carpa de pastor nómada. El tiempo presionaba. Alistó sus cosas y partió hacia
el norte, arreó su ganado por el sector Sitajara. Se ayudó con los atajos y otros
secretos de la naturaleza, avanzó por llanuras, laderas y quebradas, agrestes todos. Dos gendarmes chilenos, encubiertos ingresaron al Perú, estos por varios días lo rastrearon,
felizmente, no pudieron atraparlo.
Baleriano, valiente
peruano, emigró más al norte, a la cuenca del Callazas. En esa cuenca radicó como agricultor y
formó una familia. Después del retorno de Tarata a la heredad nacional, y posteriormente la provincia de Tacna, como un peregrino, cada primero de setiembre, años después cada veintiocho de agosto,
con mucha emoción asistía a las ceremonias de reincorporación de
Tarata y luego de Tacna al Perú. Todos los años estuvo siempre en primera fila, bien vestido resaltaba su sombrero oscuro. En la PROCESIÓN DE LA BANDERA.con mucho fervor patriótico cantaba el Himno a Tacna, también el himno Nacional. Baleriano murió de viejo. En el cementerio del pueblo de Quilahuani existe un mausoleo familiar y que en la lápida de una tumba se lee: Baleriano Cahuana M. Falleció el 16
de Febrero de 1982.
FIN