sábado, 3 de noviembre de 2018

DÉJAME QUE TE CUENTE.


CUCHITO, EL GATITO VALIENTE

                                                                                                                                       Ing, Ruperto Juan Villaca Cahuana


Los gatos, como mascotas, han sido motivo de controversia en la familia de don Rigoberto. La joven Benny, la mayor de sus tres hijos, inducía en sus gatos exagerados apegos hacia ella, destacaba con esa habilidad desde que era una niña. Los gatos reforzaban tal vínculo afectivo con actuaciones propias de la especie. A don Rigoberto no le agradaban los animales, mayor razón los gatos, pero se obligaba a fingir lo contrario. Los sentimientos de su hija eran también sentimientos suyos.

Jonán y Nando, hermanos menores de Benny, tuvieron que adaptarse a la presencia de los gatos, se supone. Tampoco les quedaba otra opción, ya que la presencia o no de esos felinos en casa dependía de la mayor y única hermana.

La figura dominante de Benny fue reforzada por la delegación de responsabilidades que, en asuntos de mascotas, le dejó su padre. Aunque esa delegación estuvo por demás, nomás lo hizo para no perder autoridad paternal, y así justificar su poca permanencia en casa, restringido a los fines de semana de cada quincena, y también a unas cortas vacaciones cada año.

La excesiva cantidad de gatos en casa preocupaba a don Rigoberto, por lo que formuló el problema, y hasta se planteó una hipótesis:
—¿En qué medida la presencia de los gatos beneficia a esta familia?¿habrá así en otras casas? Creo que no. Esta casa se asemeja a un pequeño zoológico especializado en gatos, gracias a la “locura” de Benny. Tanta predilección por esos mininos. ¿A quién habrá salido ? A mi, no.

En realidad, la convivencia entre la familia de don Rigoberto y los gatos estaban sobrepasando los límites permisibles, sin embargo para los hijos no parecía importarles, más que todo a Benny, estaban acostumbrados ya a escenas de maullidos, bufidos, ronroneos, jugarretas, peleas y de otros comportamientos propios de la especie, familia habituada también a la manipulación de todos los enseres necesarios para la crianza de gatos, más los hijos. Estaban los indispensables utensilios para alimentarlos, el ropaje para la manada no pasaba desapercibido, mención aparte se merece el calzado del “Gato con Botas”, y sus respectivos juguetes. La familia tenía un botiquín, los gatos también. El botiquín veterinario estaba mejor implementado, gracias a la influencia de Benny. A imaginarse, una buena y verdadera vida de gatos. Así como iban las cosas, hasta ese momento, Benny se habría ganado ya suficientes bendiciones de San Antonio, Patrono de los Animales, se supone. ¿No?

Don Rigoberto  pasaba sus últimas y cortas vacaciones en su casa de la ciudad. Tiempo que le permite ser un excepcional testigo de los sorprendentes acontecimientos gatunos. Un día de esos, Benny se fue a la universidad como lo hacía siempre, estudiaba una carrera que nada tiene que ver con la zoología, entonces el padre decide imponer su autoridad en casa, más que todo en los gatos, pretendía aprovechar la ausencia de su engreída. Los felinos parecían entenderlo, mantenían cierta disciplina, pasaban el tiempo formando grupos, intentaban pasar desapercibidos en el patio, el techo, el jardín y, mayormente, en el cuarto viejo del fondo, aquel que sus hijos lo habían convertido en una "residencia minina". los gatos cateaban a don Rigoberto, mismos pandilleros sospechosos.

Benny ajustaba el retorno a casa, habitualmente, al inicio de la tarde, Los felinos cronometraban bien el tiempo, ellos cada vez más inquietos mientras se acercaba tal hora. Algunos gatos ni disimular sabían la continua vigilia. Ese día, la presencia de don Rigoberto en la sala coincidió con la llegada de su hija, la estudiante no bien hizo sonar su llave en el cerrojo de la puerta, los domesticados perdieron el orden, a toda carrera cruzaron por el jardín, otros bajaban por la escalera, de todas partes llegaban a la sala, luego a la puerta. Parecían apostar a quién es el primer cuadrúpedo en obtener las caricias de la joven. Todos esos morrongos, sin excepción, perdieron el respeto por los presentes en casa, incluyeron a don Rigoberto.

Benny llegó de la universidad demostrando un exagerado cansancio. Los gatos la recibieron también con exagerados actos circenses, unos con desarreglados maullidos, otros con cariñosos ronroneos, y el resto trataban de entrar en contacto físico, a como dé lugar, con ella. Todo un espectáculo. Unos parecían soltar reprochadoras maulladas por la tardanza, otros, quejarse de cualquier molestia y, el resto, con sus colas o lomos trataban de rozar los pantalones a la altura de las pantorrillas de la joven, querían demostrar agrados por el retorno de la jefa o tal vez dejar, sólo, sus olores en la ropa nueva.

Los gatos esperaban una satisfacción: 
¡Oh! mis bebés ¿Cómo les va? saludó Benny. 
Le salió a la joven un exagerado tono de preocupación, los felinos parecían creerla, porque, por breves momentos aminoraron el escándalo. Al comprobar el buen humor de la jefa, de inmediato, la respondieron maullando a todo pulmón con un: 
¡miauuuu!Parecían contestar, al unísono:¡Estamos muy mal, abandonados, y que, nadie nos quiere! ¡don "Rigo" nos mantuvo a rigor!

No más tendrán que aguantar mis mascotitas preciosas. Tampoco puedo dejar de estudiar por ustedes. ¿No? Replicó Benny.
 ¡Miau! Un repentino maullido, desde el fondo de la sala, interrumpió la recepción, luego apareció la gata más adulta.
 ¡Miren! Es mi viejita panzona, dijo de la gata preñada, que por cierto, fue la última en llegar.

Después del recibimiento, toda la manada siguió a Benny. Todos iban tras ella hasta lograr su atención. Se asemejaba a una procesión o, tal vez, a una marcha política después de un mitin, pero, de gatos. Ella interpretaba a la perfección el lenguaje corporal de cada uno de sus gatos, es más, interactuaba con todos, los hablaba, contestaba los gestos corporales de cada gato, ya sea con palabras de aliento, broma o reprimenda, según se daba el caso.

La cola, a veces una pata, de algún confianzudo gato no se escapaba de los pisotones. Estos accidentes sucedían con frecuencia. Ese día, la víctima lo dio a conocer con un fuerte y doloroso maullido, sin embargo, el acto sacrificado le permitió lograr la atención directa e individual de la dueña: 

¡Perdón mi amor! ¡tú tienes la culpa! ¿No? Pues, te cruzaste en mi camino, se disculpó Benny del animal, luego lo alzó y con leves masajes intentaba aminorar su dolor. 
El lesionado simulaba morderla en la mano, con ronroneos parecía responder: 
¡No! ¡La culpa fue tuya! No estás perdonada. Salvo que me des algo, puede ser una agradable comida. Entonces veré si te puedo perdonar.

Los gatos recibían a los demás miembros de la familia con actos de indiferencia. Una que otra excepción. Nando tenía un primer orden de preferencia por el “Gato con Botas” por lo que, cuando él llegaba, era muy bien correspondido.

La presencia de Benny en casa estimulaba, en los gatos, comportamientos negativos. Estos sacaban a flote el engreimiento y la mala crianza, algunos hasta la exageración. Parecían vengarse de los demás, apuntaban más a don Rigoberto, será tal vez porque él los mantenía a rigor. Ellos dejaban de lado la restringida libertad a la cual eran sometidos en ausencia de la protectora.

La compra de alimentos, y otros cachivaches para la crianza de los gatos, generaban gastos extras en la familia, la cuenta de la bodega evidenciaba de ello. Otra cosa, la manada hacía enojar a la persona que realizaba la limpieza, se incluye el asco que causaba recoger los excrementos del pozo de arena. Para este último y repulsivo trabajo, Benny se abstenía, pretexto, la universidad. Los cachivaches para criar la especie rebasaban el desván. La única acción benéfica que se les podía atribuir, a esos felinos con suerte, era que, en casa, nadie se quejaba de las asquerosas ratas, tampoco de los ratones y los pericotes, como que sí lo había en casa de los vecinos y de los otros. La población felina no bajaba de la decena; estaban los adultos, entre hembras y machos, los maltones, destetados y mamones.

Benny, con ayuda de sus hermanos, a cada uno le asignaba un nombre. Integraban la manada actores dobles de los gatos más famosos del mundo. Muy bien representados estaban: el “Gato Félix”, “Don Gato”, la “Gata Loca”, “Tom”, “Gaturro”, entre otros. Algunos destacaban por su temperamento, otros por su docilidad, también estaban los pilongos que hacían resaltar la raza al cual pertenecían. Cada quincena, Jonán o Nando resumía a su padre las hazañas de los gatos más destacados de la manada.

Merece ser recordado el gato que tenía por nombre Vago, era el macho atigrado y el más grande de la manada; el que aparecía, sólo, cuando llegaba la dueña o cuando se aproximaba la hora de la comida, el resto de su tiempo vagaba de techo en techo. La vieja Orange, la que reproducía gatitos hasta de a seis. Duquesa, La Gata Valiente, la que se enfrentaba, con valentía, a los perros y los expulsaba. Coco, El Cobarde, su gran estatura no le favorecía en nada, casi todos abusaban de él, el gato más pequeño hasta le pegaba. Pepe, El Mago, el que hacía desaparecer, como por arte de magia, la carne de un distraído comensal; a veces, se las ingeniaba para destapar las ollas en las casas vecinas. Keica, La Vividora, gata mediana que andaba tras el Mago, se aprovechaba de él para conseguir comida, se la llevaba fácil.

Difícil  de olvidar al elegante “Gato con Botas”, exageradamente vestido por Nando, el hijo menor de don "Rigo" quién también personificaba a su Amo, convertido en su joven y apuesto Rey, y de otros gatos más. Así transcurría los días de rutina en “Gatolandia”, la casa de don Rigoberto.

Joselo, primo de Benny, sabía que a ella le fascinaban los gatos, por tal razón vino un día en su búsqueda, llegó junto a un compañero de trabajo, él traía una caja. Cuando sonó el timbre, Benny se apresuró en atenderlos, al parecer la visita estaba concertada. Luego de una breve conversación, entre los tres, ella recibió la caja, don Rigoberto fue testigo presencial del acto. Joselo, al ver a su tío, le saludó a la distancia: 
¡hola tío “Rigo”!de igual manera se despidió de él—, ¡chao, tío “Rigo”Joselo y su compañero se marcharon apresurados.

El padre se acercó a Benny, le interesaba el contenido de la caja: 
¿Qué hay en esa caja? preguntó el padre.
Papá, no más, son dos gatitosrespondió ella, complementando con unos gestos corporales, y así comunicarle nada importante.
Y ¿Para qué hiciste traer más gatos? ¿No hay suficiente en esta casa? Increpó el progenitor. Con dos interrogantes, también, le daba a conocer su disconformidad.

Papá, no más, un par de días ¿Sí? Me pidieron que cuidara de ellos dos días, luego vendrán por ellos. Dicen que los encontraron abandonados entre los montículos de la obra en la cual ellos trabajan, al parecer fueron abandonados por su madre. Mi primo sospecha que fueron destetados antes del tiempo explicaba la joven con voz de súplica simulada.

Sin dar su aprobación, innecesaria por cierto, el padre acompañó a su hija hasta el jardín interior. Benny destapó la caja, era cierto, aquella alojaba dos gatitos, ambos de color flor de habas, pertenecían a la raza británica Bicolor, blanco y negro. Los pequeños, asustados agrandaron sus lagañosos ojos mientras miraban hacia la salida de la caja, además estaban desnutridos, claras evidencias de que nacieron en estado silvestre.

Los pequeños gatitos fueron sacados de la caja y depositados, uno por uno, en el césped; no bien dejado el primero, espantado corrió a refugiarse debajo del pilón, seguido del otro. El último gatito corrió, sólo, con sus dos patas delanteras y de medio cuerpo hacia atrás lo arrastraba; su vientre y uno de sus muslos hacían contacto directo con el césped, sufría parálisis de medio cuerpo, padecía de paraplejia. La huida del pequeño animal, esforzado acto de supervivencia, hizo que,  Benny y su padre se sorprendieran tanto, a tal punto de quedar mudos e inmóviles.

¡Pobre animalito, pobre gatito! Benny rompió el silencio, 

La joven lo dijo con tanto sentimiento y a voz quebrada, sus ojos estaban humedecidos a punto de lagrimear. Los dos pequeños desaparecieron en el agujero que había entre el pilón y la pared. la entristecida Benny trataba de atraparlos para revisar y bañar los pequeños cuerpos, así como también para alimentarlos. Tuvo dificultades para sacarlos del escondite.

El padre no dijo nada más de los dos gatitos, como retractándose de lo anteriormente dicho optó por retirarse del lugar, con su silencio trataba de decir que cambió de opinión, y que, la casa puede contar con dos gatitos más. Ese día, con cualquier pretexto, don Rigoberto se retiró de la casa; valgan verdades, trataba de huir para no involucrarse con la desgracia del gatito, menos en ayudarlo a enfrentar la adversidad.

El alojamiento del par de mininos no fueron dos días, transcurrían ya dos semanas y ellos continuaban en casa, tiempo que permitió identificarlos. Luego de una deliberación entre Benny y sus hermanos, los críos recibieron sus nombres; a uno, al físicamente sano, le asignaron el nombre de Samaritano, líneas más abajo te darás cuenta del porqué. Al segundo gatito le pusieron el nombre de Cuchito, la irreversible enfermedad del pequeño mucho tuvo que ver con el diminutivo. Pese a la corta edad de ambos, Samaritano y Cuchito vivían inseparables.

Vago se había auto-elegido como el protector de los dos hermanitos, él lo daba a conocer, sólo, cuando permanecía en casa, la mayor parte de su tiempo gateaba en otros techos. La adopción se notaba porque cada vez que él regresaba a casa, los dos gatitos lo recibían con actuaciones de felinos agradecidos: Esta vez, un gatito frotó su cabeza en el erguido y semblante cuerpo del protector, de igual manera el otro gatito fregó también con su lomo. Con una  pata delantera, el adulto tocó, con delicadeza, la cabeza de cada pequeño, como si les estuviera diciendo:

Ya, ya. Tranquilos, enanos no sean “pateros”, pues, no sean sobones, luego, con gracia saltó por sobre ellos y se alejó, no más, quería dejar constancia de que la adopción era en serio.

Mientras se alejaba, el atigrado sacudía las partes de su cuero peludo, las que estuvieron en contacto con la cabeza y el lomo de los gatitos, surcando trataba de quitarse las supuestas manchas que le dejaron los agradecidos en su traje de gala. Uno de los exagerados actos con el que Vago hacía conocer su carácter egocéntrico.

Los pequeños inquilinos fueron aceptados por los demás, aunque no de buena gana, las actitudes de indiferencia, hacia ellos, lo demostraban así. Samaritano y Cuchito continuaban viviendo el uno para el otro. El enfermito seguía a su hermano por donde iba; el gatito normal protegía al inválido. El aspecto físico demostraba que los pequeños estaban mejorando, excepto la paraplejia.

En momentos de alegría, los gatitos jugaban entre los dos, saltaban, corrían, se mordían simulando una pelea, abrazados se revolcaban en el suelo, aunque el disminuido lo hacía únicamente con sus dos patas delanteras y su boca, el resto de su cuerpo lo arrastraba. Uno con su pequeña lengua acicalaba al otro, la reciprocidad se daba a falta de madre. Cuchito tenía dificultades para salir los peldaños de la escalera, su hermanito lo ayudaba, con delicados mordiscos en el lomo o con sus pequeñas garras lo jalaba. De alguna manera u otra subían peldaño a peldaño para no separarse.

Ese día, los hermanitos jugaron hasta el cansancio, Cuchito se había esforzado demasiado, por eso se durmió como muerto; momentos en que Samaritano aprovechó para explorar otros ambientes; curioso, como si fuera un niño, indagaba todo el territorio gatuno; buscaba amistad con otros mininos contemporáneos, luego regresó con su hermanito, se recostó a su lado para cuidar su sueño. Así, los críos formaron una yunta dispareja, la dupla mataba el tiempo protagonizando increíbles actos de supervivencia. Uno de esos actos le hizo entender mejor, a don Rigoberto, el sentido de la vida:

En pleno verano, Toda una noche llovió largo y a chorros. Los expertos pronosticaban el inicio del “fenómeno del niño”. Llovió como nunca, como no lo había hecho en los últimos cincuenta años; la ciudad estaba en problemas, obvio, la casa de don Rigoberto también. En la casa, por todas partes y toda la noche se presentaron también filtraciones y chorros de agua; todos los de la familia  amanecieron en estado de alerta, unos botaban el agua por los desagües y otros trataban de que no ingrese desde la calle que parecía un río. No hubo tiempo para otras cosas, nadie se acordó de los gatos.

Las aguas de lluvia habían encontrado cauce en la escalera, luego, invadido el patio y hasta el cuarto de los mininos. Los animales, de alguna manera, se habían puesto a buen recaudo, excepto Cuchito. La irreversible enfermedad del pequeño le impidió escapar de la inundación, por mucho tiempo estuvo medio cuerpo en el charco. Sus roncos maullidos, casi silenciados, nadie los escuchó. Samaritano no pudo sacarlo del empozado por lo jabonoso que se había convertido su cuerpo.
Muy de mañana, Benny se acordó de sus gatos:
¿Y mis gatos? preguntó a los presentes.
Benny, preocupada, dejó de lado lo que hacía y se fue por sus engreídos, los encontró en el jardín, la mayoría se calentaban con el tibio sol.

Ayudado por su hermano, Cuchito había llegado al escondite del pilón, cerca de la entrada a la casa.
Samaritano se fijó que la puerta de la sala estaba abierta, por instinto de supervivencia ingreso por ella. Cuchito, debilitado y muy enfermo, siguió a su hermanito, corría con dificultad, únicamente, con sus dos patas delanteras para no separarse y quedarse solo.

Benny buscó a los pequeños. Siguiendo las huellas del arrastre, de medio cuerpo, los encontró en la sala, debajo de un sofá. Inmediatamente inmovilizó al enfermo, en el mismo lugar. La desesperada joven cogió su celular y marcó el número de su primo, le puso en sobre aviso del agravamiento de uno de sus gatitos. Joselo llegó al poco tiempo y, en la misma caja que los trajo, se llevó a Cuchito; se lo llevó al veterinario. Los hermanitos fueron separados.

El veterinario no pudo hacer nada, Cuchito nunca regresó a casa. Al poco tiempo, Samaritano protagonizó escenas de profundo dolor. Maullando, por todos los rincones, buscaba a su hermanito, desesperado parecía gritar:
¡Cuchito! ¿Dónde estás? ¡Puedes responderme, por favor!
¡Hermanito contesta  mi llamado, dime por dónde andas!
¡Ven a dormir aquí, porque, yo soy el único que cuida bien de ti!

A cada rato, Samaritano regresaba a la sala y se metía debajo del mueble, allí donde lo había visto la última vez. En el patio, los demás gatos parecían entender el dolor de Samaritano, lo demostraban con permanecer sentados en un mismo lugar, como si estuvieran rindiendo un homenaje póstumo a Cuchito, con un prolongado minuto de silencio.

Benny y sus hermanos estaban entristecidos por la desgracia de Cuchito, al ver la reacción de Samaritano, la joven no pudo disimular, dejó caer unas lágrimas por su mejilla, Jonan y Nando se contagiaron, lagrimearon también en silencio. El gatito no quería, ni probar, los alimentos; en su plato la comida estaba intacta. Lloraba y lloraba, mejor dicho, maullaba por todas partes. Lo único que le interesaba era encontrar a Cuchito, al no lograrlo seguía soltando fuertes y tristes maullidos.

Benny y sus hermanos trataban de consolar a Samaritano, por cualquier medio y a cualquier costo. Nada funcionaba. Hasta que le pusieron en su plato una deliciosa salchicha, y lo dejaron a solas en el cuarto viejo del fondo. El gatito se calló, minutos después enviaron a Nando para espiarlo: 

¡la salchicha no está, se la comió toda. Pero, tampoco está el gatito! —Informó el menor de los hermanos–. Ellos pensaron que, por lo menos, ya probó bocado.

Por todas partes buscaron al desconsolado gatito y él no se dejaba ver, hasta que a Benny se le ocurrió por buscar debajo del mueble, allí estaba Samaritano, en su costado también estaba, entera, la deliciosa salchicha, lo había llevado para su hermanito; sentado sobre su cola, al costado de la presa, lo esperaba; al verse descubierto maulló: 
¡Miauuu! con el maullido parecía gritar: ¡hermanito, ven aquí, te traje lo que más te gusta, una rica salchicha. Cuchito, ven pronto, antes que me la quite, por favor! El frágil y querido hermanito nunca llegó.

Al tercer día de la tragedia de Cuchito, el periodo vacacional de don Rigoberto llegaba a su fin. Se acercaba la hora de su viaje, se alistaba en la sala. Los maullidos de Samaritano continuaban, aunque cada vez más enronquecidos y con menor frecuencia. Don "Rigo" escuchó los maullidos de Samaritano. El gatito lloraba debajo del sofá,  allí donde vio a su querido hermanito por última vez. No lo olvidaba.

Siguiendo el maullido de Samaritano, Vago entró a la sala, con estimuladores ronroneos ubico al crío y se acercó a él, estuvieron debajo del mueble por un par de minutos, luego, el gato grande caminó hasta la puerta de la sala y, nuevamente, con suaves ronroneos lo llamó por varias veces, por fin apareció Samaritano, se apegó al protector; el grande, como jugando, le hizo una broma, el gatito no respondió; en un segundo intento, Samaritano aceptó la invitación; luego simulando una pelea participó del juego.

Con mucha gracia Vago rodeó al pequeño, tomando la delantera se echó para revolcarse, lo hacía sin quitarle la vista de sus ojos, con la continua mirada invitaba a imitarlo, y con ese acto parecía decirle:

Pequeño, deja de llorar. Deja de lado las penas. Tu hermanito ya descansa en paz. La vida continua, hay que seguir adelante. ¡Vamos con los demás! Mi buen Samaritano.

Samaritano se detuvo por breve tiempo, su cuerpo hizo un medio giro hacia atrás, en seguida orientó su cara al interior de la sala, fijó su mirada debajo del mueble, permaneció así por otro corto tiempo, luego regresó por donde estaba el adulto y saltó sobre su cuello, con esa actitud parecía abrazarlo y, a la vez, contestar a su pedido:
Usted tiene mucha razón señor Vago, la vida continúa. Dejaré de llorar por mi hermano, pero, nunca lo olvidaré. Cuchito, mi querido hermanito, fue valiente hasta el final. El gato más valiente que existió en esta casa. Vamos al patio. Vamos con los demás, papá.
Claro que sí, pequeño. Te presentaré a la manada. Desde hoy perteneces ya a la familia.
Vago y Samaritano se retiraron de la sala. El pequeño jugaba con la cola del adulto. Jugando a los encantados avanzaban y regresaban por el pasadizo, algunos tramos, sólo, gateaban; a veces, abrazados jugueteaban tendidos en el piso, y con sus patas traseras, uno a otro, se rasgaban las costillas, a veces el vientre y el pecho. Así avanzaban de a poco, sin prisa, motivados a continuar viviendo. Padre e hijo se perdieron con dirección a la residencia minina, A “Gatolandia”.

 “CUIDA DEL HERMANO COMO LO HACES CON TU MANO”

Fin

No hay comentarios:

Publicar un comentario