CUCHITO, EL GATITO VALIENTE
Ing, Ruperto Juan Villaca Cahuana

Jonán y Nando, hermanos menores de Benny, tuvieron que adaptarse a la presencia
de los gatos, se supone. Tampoco les quedaba otra opción, ya que la presencia o no de esos felinos en casa dependía de la mayor y única hermana.
La figura dominante de Benny fue reforzada por la delegación de responsabilidades que, en asuntos de mascotas, le dejó su padre. Aunque esa delegación estuvo por demás, nomás lo hizo para no perder autoridad paternal, y así justificar su poca
permanencia en casa, restringido a los fines de semana de cada quincena, y también a
unas cortas vacaciones cada año.
La excesiva cantidad de gatos en casa preocupaba a don Rigoberto, por lo que formuló el problema, y hasta se planteó una hipótesis:
—¿En qué medida la presencia de los gatos beneficia a esta familia?¿habrá así en otras casas? Creo que no. Esta casa se asemeja a un pequeño zoológico especializado en gatos, gracias a la “locura” de Benny.
Tanta predilección por esos mininos. ¿A quién habrá salido ? A mi, no.
En realidad, la convivencia entre la familia de don Rigoberto y los gatos estaban sobrepasando los límites permisibles, sin embargo para los hijos no parecía importarles, más que todo a Benny, estaban acostumbrados ya a escenas de maullidos,
bufidos, ronroneos, jugarretas, peleas y de otros comportamientos propios de la especie, familia habituada también a la manipulación de todos los enseres necesarios para la crianza
de gatos, más los hijos. Estaban los indispensables utensilios para alimentarlos, el ropaje para la manada no pasaba desapercibido, mención aparte se merece el calzado del “Gato con Botas”, y sus respectivos juguetes. La familia tenía un botiquín, los gatos también. El botiquín veterinario estaba mejor implementado, gracias a la influencia de Benny. A imaginarse, una buena y verdadera vida de gatos. Así como iban las cosas, hasta ese momento, Benny se habría
ganado ya suficientes bendiciones de San Antonio, Patrono de los Animales,
se supone. ¿No?
Don Rigoberto pasaba sus últimas y cortas vacaciones en su casa de la ciudad. Tiempo que le permite ser un excepcional testigo de los sorprendentes acontecimientos gatunos. Un día de esos, Benny se fue a la universidad como lo hacía siempre, estudiaba una carrera que nada tiene
que ver con la zoología, entonces el padre decide imponer su autoridad en casa, más que todo en los gatos, pretendía aprovechar la ausencia de su engreída. Los
felinos parecían entenderlo, mantenían cierta disciplina, pasaban el tiempo formando grupos, intentaban pasar desapercibidos en el patio, el techo, el jardín y, mayormente, en el cuarto
viejo del fondo, aquel que sus hijos lo habían convertido en una "residencia minina". los gatos cateaban a don Rigoberto, mismos pandilleros sospechosos.
Benny ajustaba el retorno a casa, habitualmente, al inicio de la tarde, Los felinos cronometraban bien el tiempo, ellos cada vez más inquietos mientras se acercaba tal hora. Algunos gatos ni disimular sabían la continua vigilia. Ese día, la presencia de don Rigoberto en la sala coincidió con la llegada de su hija, la
estudiante no bien hizo sonar su llave en el cerrojo de la puerta, los domesticados
perdieron el orden, a toda carrera cruzaron por el jardín, otros bajaban por la escalera,
de todas partes llegaban a la sala, luego a la puerta. Parecían apostar a quién
es el primer cuadrúpedo en obtener las caricias de la joven. Todos esos
morrongos, sin excepción, perdieron el respeto por los presentes en casa, incluyeron a don Rigoberto.
Benny
llegó de la universidad demostrando un exagerado cansancio. Los gatos la recibieron también con exagerados actos circenses, unos con desarreglados maullidos,
otros con cariñosos ronroneos, y el resto trataban de entrar en
contacto físico, a como dé lugar, con ella. Todo un espectáculo. Unos parecían soltar reprochadoras maulladas por la tardanza, otros, quejarse de cualquier molestia y, el resto, con sus colas o lomos trataban de rozar los pantalones a la altura de las pantorrillas de la joven,
querían demostrar agrados por el retorno de la jefa o tal vez dejar, sólo, sus olores en la ropa
nueva.
Los
gatos esperaban una satisfacción:
—¡Oh! mis bebés ¿Cómo les va? —saludó Benny.
Le salió a la joven un exagerado tono de
preocupación, los felinos parecían creerla, porque, por breves momentos aminoraron
el escándalo. Al comprobar el buen humor de la jefa, de inmediato, la
respondieron maullando a todo pulmón con un:
—¡miauuuu!—Parecían contestar, al unísono—:¡Estamos muy mal, abandonados, y que, nadie nos quiere! ¡don "Rigo" nos mantuvo a rigor!
—No más tendrán que aguantar mis mascotitas preciosas. Tampoco puedo dejar de estudiar
por ustedes. ¿No? —Replicó
Benny.
—¡Miau! Un repentino maullido, desde el fondo
de la sala, interrumpió la recepción, luego apareció la gata más adulta.
—¡Miren! Es mi viejita panzona, —dijo de la gata preñada, que por cierto, fue la última en
llegar.
Después
del recibimiento, toda la manada siguió a Benny. Todos iban tras ella
hasta lograr su atención. Se asemejaba a una procesión o, tal vez, a una marcha
política después de un mitin, pero, de gatos. Ella interpretaba a la perfección
el lenguaje corporal de cada uno de sus gatos, es más, interactuaba con todos, los hablaba, contestaba los gestos corporales de cada gato, ya sea con palabras de aliento, broma o reprimenda, según se daba el caso.
La cola, a veces una pata, de algún confianzudo gato no se escapaba de los pisotones.
Estos accidentes sucedían con frecuencia. Ese día, la víctima lo dio a conocer
con un fuerte y doloroso maullido, sin embargo, el acto sacrificado le permitió
lograr la atención directa e individual de la dueña:
—¡Perdón mi amor! ¡tú tienes la culpa! ¿No? Pues, te cruzaste en mi camino, —se disculpó Benny del animal, luego lo alzó y con leves masajes
intentaba aminorar su dolor.
El lesionado simulaba morderla en la mano, con ronroneos parecía responder:
—¡No! ¡La culpa fue tuya! No estás perdonada. Salvo que me des algo, puede ser una agradable comida. Entonces veré si te puedo perdonar.
Los
gatos recibían a los demás miembros de la familia con actos de
indiferencia. Una que otra excepción. Nando tenía un primer orden de
preferencia por el “Gato con Botas” por lo que, cuando él llegaba, era muy bien
correspondido.
La
presencia de Benny en casa estimulaba, en los gatos, comportamientos negativos. Estos sacaban a flote el engreimiento y la mala crianza, algunos hasta la exageración. Parecían vengarse de los
demás, apuntaban más a don Rigoberto, será tal vez porque él los mantenía a rigor. Ellos dejaban de lado la
restringida libertad a la cual eran sometidos en ausencia de la protectora.
La compra de alimentos, y otros cachivaches para la crianza de los gatos, generaban gastos extras en la familia, la cuenta de la bodega evidenciaba de ello. Otra cosa, la manada hacía enojar a la persona que realizaba la limpieza, se incluye el asco que causaba recoger los excrementos del pozo de arena.
Para este último y repulsivo trabajo, Benny se abstenía, pretexto, la universidad.
Los cachivaches para criar la especie rebasaban el desván. La única acción
benéfica que se les podía atribuir, a esos felinos con suerte, era que, en casa, nadie se quejaba de las asquerosas ratas, tampoco de los ratones y los pericotes, como que sí lo había en casa de los vecinos
y de los otros. La población felina no bajaba de la decena; estaban los adultos, entre hembras y machos, los maltones, destetados y mamones.
Benny,
con ayuda de sus hermanos, a cada uno le asignaba un nombre. Integraban la
manada actores dobles de los gatos más famosos del mundo. Muy bien
representados estaban: el “Gato Félix”, “Don Gato”, la “Gata Loca”, “Tom”,
“Gaturro”, entre otros. Algunos destacaban por su temperamento, otros por su
docilidad, también estaban los pilongos que hacían resaltar la raza al cual
pertenecían. Cada quincena, Jonán o Nando resumía a su padre las hazañas de
los gatos más destacados de la manada.
Merece ser recordado el gato que tenía por nombre Vago, era el macho atigrado y el más
grande de la manada; el que aparecía, sólo, cuando llegaba la dueña o cuando se
aproximaba la hora de la comida, el resto de su tiempo vagaba de techo en
techo. La vieja Orange, la que reproducía gatitos hasta de a seis. Duquesa, La Gata
Valiente, la que se enfrentaba, con valentía, a los perros y los expulsaba. Coco,
El Cobarde, su gran estatura no le favorecía en nada, casi todos abusaban de él, el
gato más pequeño hasta le pegaba. Pepe, El Mago, el que hacía desaparecer, como
por arte de magia, la carne de un distraído comensal; a veces, se las
ingeniaba para destapar las ollas en las casas vecinas. Keica, La Vividora,
gata mediana que andaba tras el Mago, se aprovechaba de él para conseguir
comida, se la llevaba fácil.
Difícil
de olvidar al elegante “Gato con Botas”, exageradamente vestido por
Nando, el hijo menor de don "Rigo" quién también personificaba a su Amo, convertido
en su joven y apuesto Rey, y de otros gatos más. Así transcurría los días de
rutina en “Gatolandia”, la casa de don Rigoberto.
Joselo,
primo de Benny, sabía que a ella le fascinaban los gatos, por tal razón vino un
día en su búsqueda, llegó junto a un compañero de trabajo, él traía una caja.
Cuando sonó el timbre, Benny se apresuró en atenderlos, al parecer la visita
estaba concertada. Luego de una breve conversación, entre los tres, ella
recibió la caja, don Rigoberto fue testigo presencial del acto. Joselo, al ver a su tío, le
saludó a la distancia:
—¡hola tío “Rigo”!—de igual manera se despidió de él—, ¡chao,
tío “Rigo”! Joselo
y su compañero se marcharon apresurados.
—¿Qué hay en
esa caja? —preguntó el padre.
—Papá,
no más, son dos gatitos —respondió
ella,
complementando con unos gestos corporales, y así comunicarle nada
importante.
—Y
¿Para
qué hiciste traer más gatos? ¿No hay suficiente en esta casa? —Increpó el progenitor. Con dos interrogantes, también, le
daba a conocer su disconformidad.
—Papá, no más, un par de días ¿Sí? Me pidieron que cuidara de ellos dos días, luego vendrán por ellos. Dicen que los encontraron abandonados entre los montículos de la obra en la cual ellos trabajan, al parecer fueron abandonados por su madre. Mi primo sospecha que fueron destetados antes del tiempo —explicaba la joven con voz de súplica simulada.
—Papá, no más, un par de días ¿Sí? Me pidieron que cuidara de ellos dos días, luego vendrán por ellos. Dicen que los encontraron abandonados entre los montículos de la obra en la cual ellos trabajan, al parecer fueron abandonados por su madre. Mi primo sospecha que fueron destetados antes del tiempo —explicaba la joven con voz de súplica simulada.
Sin
dar su aprobación, innecesaria por cierto, el padre acompañó a su hija hasta el
jardín interior. Benny destapó la caja, era cierto, aquella alojaba dos gatitos, ambos
de color flor de habas, pertenecían a la raza británica Bicolor, blanco y
negro. Los pequeños, asustados agrandaron sus lagañosos ojos mientras
miraban hacia la salida de la caja, además estaban desnutridos, claras evidencias de que
nacieron en estado silvestre.
Los pequeños gatitos fueron sacados de la caja y depositados, uno por uno, en el césped; no
bien dejado el primero, espantado corrió a refugiarse debajo del pilón,
seguido del otro. El último gatito corrió, sólo, con sus dos patas delanteras y de
medio cuerpo hacia atrás lo arrastraba; su vientre y uno de sus muslos hacían contacto directo con el césped, sufría parálisis de medio cuerpo, padecía de paraplejia.
La huida del pequeño animal, esforzado acto de supervivencia, hizo que, Benny y su padre se sorprendieran tanto, a tal punto de quedar mudos e inmóviles.
—¡Pobre
animalito, pobre gatito! —Benny
rompió el silencio,
La joven lo dijo con tanto sentimiento y a voz quebrada, sus ojos estaban humedecidos a
punto de lagrimear. Los dos pequeños desaparecieron en el agujero que había
entre el pilón y la pared. la entristecida Benny trataba de atraparlos para
revisar y bañar los pequeños cuerpos, así como también para alimentarlos. Tuvo
dificultades para sacarlos del escondite.
El
padre no dijo nada más de los dos gatitos, como retractándose de lo anteriormente dicho optó por
retirarse del lugar, con su silencio trataba de decir que cambió de opinión,
y que, la casa puede contar con dos gatitos más. Ese día, con cualquier
pretexto, don Rigoberto se retiró de la casa; valgan verdades, trataba de huir
para no involucrarse con la desgracia del gatito, menos en ayudarlo a enfrentar la
adversidad.
El
alojamiento del par de mininos no fueron dos días, transcurrían ya dos semanas
y ellos continuaban en casa, tiempo que permitió identificarlos. Luego de una
deliberación entre Benny y sus hermanos, los críos recibieron sus nombres; a
uno, al físicamente sano, le asignaron el nombre de Samaritano, líneas más abajo
te darás cuenta del porqué. Al segundo gatito le pusieron el nombre de Cuchito, la irreversible enfermedad del pequeño mucho
tuvo que ver con el diminutivo. Pese a la corta edad de ambos, Samaritano y
Cuchito vivían inseparables.
Vago
se había auto-elegido como el protector de los dos hermanitos, él lo daba a conocer, sólo,
cuando permanecía en casa, la mayor parte de su tiempo gateaba en otros techos.
La adopción se notaba porque cada vez que él regresaba a casa, los dos gatitos
lo recibían con actuaciones de felinos agradecidos: Esta vez, un gatito frotó su cabeza
en el erguido y semblante cuerpo del protector, de igual manera el otro gatito fregó también con su lomo.
Con una pata delantera, el adulto tocó, con delicadeza, la cabeza de cada
pequeño, como si les estuviera diciendo:
—Ya,
ya. Tranquilos, enanos no sean “pateros”, pues, no sean sobones, luego, con gracia saltó por sobre ellos
y se alejó, no más, quería dejar constancia de que la adopción era en serio.
Mientras
se alejaba, el atigrado sacudía las partes de su cuero peludo, las que
estuvieron en contacto con la cabeza y el lomo de los gatitos, surcando trataba de quitarse las supuestas manchas que le dejaron los agradecidos en su traje
de gala. Uno de los exagerados actos con el que Vago hacía conocer su carácter
egocéntrico.
Los
pequeños inquilinos fueron aceptados por los demás, aunque no de buena gana, las actitudes de indiferencia, hacia ellos, lo demostraban así. Samaritano y Cuchito
continuaban viviendo el uno para el otro. El enfermito seguía a su hermano por
donde iba; el gatito normal protegía al inválido. El aspecto físico demostraba
que los pequeños estaban mejorando, excepto la paraplejia.
En
momentos de alegría, los gatitos jugaban entre los dos, saltaban, corrían, se
mordían simulando una pelea, abrazados se revolcaban en el suelo, aunque el
disminuido lo hacía únicamente con sus dos patas delanteras y su boca, el resto
de su cuerpo lo arrastraba. Uno con su pequeña lengua acicalaba al otro, la reciprocidad se daba a falta de madre. Cuchito tenía dificultades para salir los peldaños de
la escalera, su hermanito lo ayudaba, con delicados mordiscos en el lomo o con
sus pequeñas garras lo jalaba. De alguna manera u otra subían peldaño a peldaño para no
separarse.
Ese
día, los hermanitos jugaron hasta el cansancio, Cuchito se había esforzado demasiado, por eso se durmió como muerto; momentos en que Samaritano aprovechó para
explorar otros ambientes; curioso, como si fuera un niño, indagaba todo el
territorio gatuno; buscaba amistad con otros mininos contemporáneos, luego
regresó con su hermanito, se recostó a su lado para cuidar su sueño. Así, los
críos formaron una yunta dispareja, la dupla mataba el tiempo protagonizando
increíbles actos de supervivencia. Uno de esos actos le hizo entender mejor, a don Rigoberto, el
sentido de la vida:
En pleno verano, Toda una noche llovió largo y a chorros. Los expertos pronosticaban el inicio
del “fenómeno del niño”. Llovió como nunca, como no lo había hecho en los
últimos cincuenta años; la ciudad estaba en problemas, obvio, la casa de don
Rigoberto también. En la casa, por todas partes y toda la noche se presentaron también filtraciones y chorros de agua; todos los de la familia amanecieron en estado de alerta, unos botaban el
agua por los desagües y otros trataban de que no ingrese desde la calle que parecía
un río. No hubo tiempo para otras cosas, nadie se acordó de los gatos.
Las
aguas de lluvia habían encontrado cauce en la escalera, luego, invadido el
patio y hasta el cuarto de los mininos. Los animales, de alguna manera, se
habían puesto a buen recaudo, excepto Cuchito. La irreversible enfermedad del
pequeño le impidió escapar de la inundación, por mucho tiempo estuvo medio
cuerpo en el charco. Sus roncos maullidos, casi silenciados, nadie los escuchó.
Samaritano no pudo sacarlo del empozado por lo jabonoso que se había convertido
su cuerpo.
Muy
de mañana, Benny se acordó de sus gatos:
—¿Y
mis gatos?
—preguntó
a los presentes.
Benny,
preocupada, dejó de lado lo que hacía y se fue por sus engreídos, los encontró
en el jardín, la mayoría se calentaban con el tibio sol.
Ayudado
por su hermano, Cuchito había llegado al escondite del pilón, cerca de la
entrada a la casa.
Samaritano
se fijó que la puerta de la sala estaba abierta, por instinto de supervivencia
ingreso por ella. Cuchito, debilitado y muy enfermo, siguió a su hermanito,
corría con dificultad, únicamente, con sus dos patas delanteras para no
separarse y quedarse solo.
Benny
buscó a los pequeños. Siguiendo las huellas del arrastre, de medio cuerpo, los
encontró en la sala, debajo de un sofá. Inmediatamente inmovilizó al enfermo, en el mismo
lugar. La desesperada joven cogió su celular y marcó el número de su
primo, le puso en sobre aviso del agravamiento de uno de sus gatitos. Joselo
llegó al poco tiempo y, en la misma caja que los trajo, se llevó a Cuchito; se
lo llevó al veterinario. Los hermanitos fueron separados.
El
veterinario no pudo hacer nada, Cuchito nunca regresó a casa. Al poco tiempo,
Samaritano protagonizó escenas de profundo dolor. Maullando, por todos los
rincones, buscaba a su hermanito, desesperado parecía gritar:
—¡Cuchito!
¿Dónde estás? ¡Puedes responderme, por favor!
¡Hermanito
contesta mi llamado, dime por dónde andas!
¡Ven
a dormir aquí, porque, yo soy el único que cuida bien de ti!
A
cada rato, Samaritano regresaba a la sala y se metía debajo del mueble, allí donde lo había visto
la última vez. En el patio, los demás gatos parecían entender el dolor de
Samaritano, lo demostraban con permanecer sentados en un mismo lugar, como si
estuvieran rindiendo un homenaje póstumo a Cuchito, con un prolongado minuto de
silencio.
Benny
y sus hermanos estaban entristecidos por la desgracia de Cuchito, al ver la
reacción de Samaritano, la joven no pudo disimular, dejó caer unas lágrimas por
su mejilla, Jonan y Nando se contagiaron, lagrimearon también en silencio. El
gatito no quería, ni probar, los alimentos; en su plato la comida estaba
intacta. Lloraba y lloraba, mejor dicho, maullaba por todas partes. Lo único
que le interesaba era encontrar a Cuchito, al no lograrlo seguía soltando
fuertes y tristes maullidos.
Benny
y sus hermanos trataban de consolar a Samaritano, por cualquier medio
y a cualquier costo. Nada funcionaba. Hasta que le pusieron en su plato una
deliciosa salchicha, y lo dejaron a solas en el cuarto viejo del fondo. El gatito se
calló, minutos después enviaron a Nando para espiarlo:
—¡la salchicha no está, se la
comió toda. Pero, tampoco está el gatito! —Informó el menor de los
hermanos–. Ellos pensaron que, por lo menos, ya probó bocado.
Por
todas partes buscaron al desconsolado gatito y él no se dejaba ver, hasta que a
Benny se le ocurrió por buscar debajo del mueble, allí estaba Samaritano, en su
costado también estaba, entera, la deliciosa salchicha, lo había llevado para
su hermanito; sentado sobre su cola, al costado de la presa, lo esperaba; al
verse descubierto maulló:
—¡Miauuu! —con el maullido parecía gritar: —¡hermanito, ven aquí, te traje lo que
más te gusta, una rica salchicha. Cuchito, ven pronto, antes que me la quite,
por favor! El
frágil y querido hermanito nunca llegó.
Al
tercer día de la tragedia de Cuchito, el periodo vacacional de don Rigoberto
llegaba a su fin. Se acercaba la hora de su viaje, se alistaba en la sala. Los
maullidos de Samaritano continuaban, aunque cada vez más enronquecidos y con menor frecuencia. Don "Rigo" escuchó los maullidos de Samaritano. El gatito lloraba debajo del sofá, allí donde vio a su querido hermanito por última vez. No lo olvidaba.
Siguiendo
el maullido de Samaritano, Vago entró a la sala, con estimuladores ronroneos ubico al crío y
se acercó a él, estuvieron debajo del mueble por un par de minutos, luego, el
gato grande caminó hasta la puerta de la sala y, nuevamente, con suaves
ronroneos lo llamó por varias veces, por fin apareció Samaritano, se apegó al
protector; el grande, como jugando, le hizo una broma, el gatito no respondió;
en un segundo intento, Samaritano aceptó la invitación; luego simulando una
pelea participó del juego.
Con
mucha gracia Vago rodeó al pequeño, tomando la delantera se echó para
revolcarse, lo hacía sin quitarle la vista de sus ojos, con la continua mirada
invitaba a imitarlo, y con ese acto parecía decirle:
—Pequeño,
deja de llorar. Deja de lado las penas. Tu hermanito ya descansa en paz. La
vida continua, hay que seguir adelante. ¡Vamos con los demás! Mi buen
Samaritano.
Samaritano
se detuvo por breve tiempo, su cuerpo hizo un medio giro hacia atrás, en
seguida orientó su cara al interior de la sala, fijó su mirada debajo del
mueble, permaneció así por otro corto tiempo, luego regresó por donde estaba el
adulto y saltó sobre su cuello, con esa actitud parecía abrazarlo y, a la vez,
contestar a su pedido:
—Usted
tiene mucha razón señor Vago, la vida continúa. Dejaré de llorar por mi
hermano, pero, nunca lo olvidaré. Cuchito, mi querido hermanito, fue valiente
hasta el final. El gato más valiente que existió en esta casa. Vamos al patio.
Vamos con los demás, papá.
—Claro
que sí, pequeño. Te presentaré a la manada. Desde hoy perteneces ya a la familia.

“CUIDA DEL HERMANO COMO LO HACES CON TU MANO”
Fin
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